Votar o no votar, ésa es la cuestión
La confianza que se tiene por el impacto del proceso electoral en México es muy bajo, por no decir nulo. Y es que creer que el voto es la única forma en la que podemos incidir en la democracia puede resultar desalentador cuando el resto del año no existen suficientes mecanismo para avalar la rendición de cuentas de los políticos. “¿Para qué voto si los candidatos no cumplirán sus promesas?”, escuchamos, además de “¿Para qué voto por un candidato que no me representa al 100%?”.
La respuesta más sencilla es que no votar es dejar a otros decidir por uno. Si bien, es cierto que habrá candidatos que no cumplen con todas las expectativas de los ciudadanos, siempre habrá una opción que favorezca más sus intereses. Pero la compatibilidad con los candidatos no es la única razón por la que no se vota.
En ocasiones, la gente se abstiene de votar debido a las encuestas que se difunden en temporada de campañas. Estos datos desmotivan a los votantes que creen que su boleta “no tiene oportunidad”, pero paradójicamente también motiva a los que congenian con el partido que encabeza los sondeos a no votar, pensando que ya “tienen la victoria asegurada”. Vamos a algunos casos como ejemplo.
En la segunda votación del 2022 en Brasil, Lula se posicionó con un 50,9% de los votos sobre Bolsonaro, que contó con un 49,1%. Se destaca que dos candidatos con posturas tan abismalmente opuestas generaron una disputa tan reñida, con un 79% de participación. Sólo podremos imaginar lo mucho o poco que hubiera cambiado el resultado si un extra del 2% de la población hubiera votado.
En Argentina, las elecciones pasadas de 2023 tuvieron “la participación más baja desde la vuelta a la democracia” según números de Forbes, con un 76% en la segunda vuelta de las elecciones. Según datos de la Dirección Nacional Electoral argentina, la cantidad de jóvenes de 16 y 17 años que votó incrementó un 47% en las elecciones nacionales de 2019. En algunas provincias, el peso electoral del voto joven (de 16 a 25 años) es mayor al 23%, por lo que fue un factor decisivo para el triunfo de Javier Milei.
La popularidad de este candidato en redes sociales lo ayudó a conquistar este grupo etario y promover su participación, a pesar de la reputación que tenían los más jóvenes como apáticos e indiferentes. Lo crucial en este ejemplo es que debido a que la mayoría de los sondeos mostraba una diferencia mínima entre ambos candidatos, el gane de Milei por 10 puntos fue una sorpresa para los que no contemplaron al voto joven en sus encuestas.
En ambos ejemplos los ciudadanos que se abstuvieron a dar su voto no sólo se negaron a sopesar qué propuesta les convenía más, sino que las encuestas podrían haberlos llevado a la inacción. Según un artículo de investigación publicado por la revista Sociológica, podemos dividir a los ciudadanos desencantados con las elecciones entre “derrotistas”, los que no votan para no sentirse responsables de lo que un partido haga con un país, y los “atomistas”, los que analizan las propuestas de los candidatos porque consideran que su deber ciudadano es elegir “al menos malo”.
A veces vemos las propuestas de los candidatos y no consideramos que ninguna nos afecte directamente. Pensar en algún grupo o necesidad del país y votar por la opción que mejor trate ese tema (ecología, movilidad, derechos humanos, seguridad, educación) podría ser el punto de inflexión entre votar o no votar.
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